Ezequiel 37
La mano del Señor llevó a Ezequiel en el Espíritu y
lo puso en un valle lleno de huesos secos. Ezequiel 37 revela cuatro elementos
esenciales de la predicación que transforma.
“La predicación según fue
la intención de Dios jamás perderá su poder ni su razón de ser. El interés
humano cambiará con cada generación, pero los medios de Dios para dirigirse a
la necesidad humana jamás cambiarán.”
Los pastores jamás serán más culturalmente
relevantes ni podrán mejor conectar con la gente de esta generación que cuando
se levanten bajo la unción del Espíritu Santo para proclamar las eternas
verdades de la Palabra de Dios.
Predicar quizás parezca no poder competir con la
cultura de paso rápido de múltiples medios de comunicación en la que vivimos y
en la que los apetitos han sido estimulados por los efectos especiales, las
películas llenas de acción, y la hechicería de los videos. Queremos predicar el
evangelio y ver vidas transformadas.
Pero, cuando vemos a nuestra la iglesia, durmiendo,. aprovechando las crisis de las templos cerrados y aquellos que dicen apoyar a una la iglesia que está
haciendo todo lo posible para destruir ministerios; y al hombre que, a
los primeros 5 minutos de nuestro sermón, ya está profundamente dormido.
1. Los pastores no tienen que competir . por las ideologización de los medios de comunicación. música, escuelas ,. universalidades. que esta destruyendo la fe y traerá un persecución de la Iglesia.
Los pastores traen
palabras que sanan heridas, palabras que sacian la sed, palabras que rompen las
cadenas y liberan a los cautivos, palabras que afectan la eternidad. Pablo
declaró en 1 Corintios 1:18: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que
se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.” La proclamación del evangelio tiene sus días contados. pero a tra vez del evangelio para que la gente tenga un
encuentro con Dios. Pero el medio señalado que Dios ha ordenado para
transformar vidas es la predicación del evangelio. Es el poder de Dios para
salvar.
2.El profeta Ezequiel vivió en tiempos desesperantes
(Ezequiel 37:1-14). La nación de Israel había sido llevada en cautiverio a
Babilonia a causa de su propio pecado. Como resultado, en tres olas de
invasiones, los babilonios destruyeron la ciudad de Jerusalén y tomaron
cautivos a sus habitantes. Aunque Jeremías permaneció en Jerusalén para
ministrar al remanente que permaneció ahí, Daniel y Ezequiel fueron llevados al
exilio y ministraban a los judíos exiliados.
Todo predicador de Dios recibe divina revelación y
luego se le confía la responsabilidad de compartir ese mensaje según Dios lo
dirija. En Ezequiel 33 Dios dio a ver a Ezequiel su responsabilidad. El que
recibía un mensaje de Dios era como un sereno, o vigilante. Si el sereno
faltaba en avisar al pueblo y éste era destruído, él era el responsable. Pero
el profeta tenía el poder para declarar el mensaje; y, si el pueblo obedecía,
sería salvo.
El destino del pueblo está en nuestras manos. Pero
el privilegio más alto y más grande es ser escogido para ser un mensajero de
Dios. Ezequiel 37 revela que el mensaje de Dios predicado en el poder de Dios
puede transformar vidas. Puede impactar naciones y cambiar al mundo. La
predicación ungida por el Espíritu es el medio que Dios usa para desatar su
poder en el mundo y así cumplir con su obra.
Mucha de la predicación hoy es académica,
intelectual, e informacional. Se comunica con elocuencia y con gran oratoria,
pero no tiene poder para cambiar vidas. La predicación ungida por el Espíritu
es cuando cae el fuego del cielo; cuando la unción se eleva dentro del alma. Es
donde el predicador termina y el Espíritu Santo toma el cargo. Es cuando el
Espíritu Santo da convicción, corrige, busca, libera, sana, revive, y restaura.
Hay poder en la predicación ungida por el Espíritu
—poder que no puede conseguirse con títulos académicos, con la habilidad
hermenéutica, con la posición homilética, ni con el estudio exegético. No se
puede enseñar; debe captarse por medio de la oración y de esperar en el Señor.
Ezequiel 37 revela cuatro elementos esenciales de
la predicación que transforma.
3.La preparación del mensajero
El mensajero debe recibir el poder del Espíritu.
Ezequiel 37:1 dice: “La mano de Dios vino sobre mí”. La calificación para el
ministerio no es nuestro título del instituto de alta preparación académica. La
calificación para el ministerio no es la credencial que llevamos en nuestro
bolsillo o que colgamos en la pared. La calificación para el ministerio es la mano
del Señor en nuestra vida. La mano del Señor es la fortaleza de Dios; es el
poder de Dios; es la preparación de Dios en nosotros para que hagamos la obra
que Él nos ha llamado a hacer.
El llamado de Ezequiel no fue un suceso aislado; de
hecho, comenzó en el capítulo uno. Ezequiel estaba junto al río Quebar cuando
llegó a él palabra de Dios y la mano del senor fue sobre él.
Las frases —“la mano de Dios vino sobre mí” y
“vino a mí palabra de Jehová” se usan repetidamente en Ezequiel. La vida de
Ezequiel era caminar bajo la unción de Dios y oír su voz. Cuando caminamos bajo
el control del Espíritu Santo, oiremos la voz de Dios y recibiremos revelación
de Dios.
4. Ser movido por el Espíritu
La mano del Señor llevó a Ezequiel en el Espíritu y
lo puso en un valle lleno de huesos secos. Si Ezequiel hubiera sido un
candidato para un lugar de ministerio, dudo que hubiera escogido el valle de
huesos secos como su primera congregación. Es necesario que estemos seguros de
que estamos donde el Espíritu del Señor quiere que estemos, y que no estamos en
una iglesia por el buen sueldo y los beneficios. Es entonces cuando
predicaremos con convicción, ministraremos con dedicación, y perseveraremos
durante el tiempo de huesos secos hasta que veamos a Dios manifestarse.
Ezequiel fue puesto en medio de un enorme campo de
batalla donde cientos de miles habían sido asesinados. Los buitres se habían
reunido ahí una y otra vez. Las lluvias habían lavado los huesos dejándolos
limpios. Los huesos estaban blancos, habiéndolos blanqueado el sol. No había
señal de vida. Pero aquí es donde el Espíritu puso a Ezequiel para que
ministrara.
El Espíritu Santo nos ayudará a ver la condición
del pueblo al que ministramos y hará que nuestro corazón sea sensible a sus
necesidades. Jamás seremos más sensibles a los buscadores que cuando seamos
sensibles al Espíritu.
Oímos hablar de predicar a las necesidades
percibidas de la gente. Pero Israel en ese día no sabía cuál era su verdadera
necesidad. Puede que el pueblo haya sentido que su verdadera necesidad era ser
liberado de la cautividad babilónica. Pudieron haber creído que su necesidad
era regresar a su hogar en Jerusalén. Pero el Espíritu mostró a Ezequiel su
verdadera condición y necesidad.
5.,Cuando Ezquiel contempló la triste escena, dos
pensamientos le surgieron a la mente. Primero, los huesos eran muchos. La
necesidad era abrumante. Segundo, los huesos estaban muy secos. La condición
era intensamente desesperante.
La mera información no podía dirigirse a la
necesidad de esa congregación de huesos secos. Ezequiel pudo haberles dicho por
qué necesitaban la vida del Espíritu en ellos. Pudo haberles dado los siete
pasos para la vida espiritual, y con todo no les hubiera dado ninguna vida.
Ellos necesitaban que Dios les diera su aliento.
Oiga la pregunta que Dios hizo a su siervo: “Hijo
de hombre, ¿vivirán estos huesos?” (versículo 3).
La frase “hijo de hombre” es una referencia a la humanidad
de Ezequiel. Humanamente hablando, era imposible que esos huesos vivieran. Pero
la fe de Ezequiel era en Dios cuando dijo: “Señor , tú lo sabes”
(versículo 3).
El predicador está entre dos mundos. El primer
mandamiento fue que predicara a los huesos, y el segundo mandamiento fue que
profetizara al viento. Ambos son necesarios para ver vidas transformadas.
Profetizar al viento es intercesión y un ruego desesperado a Dios para que dé
su vida al pueblo al que predicamos. Hay muchas personas que profetizan a los
huesos. Pero nos falta mucha profesía al viento. Al predicar sin orar no se
logra nada.
Ezequiel profetizó a los huesos, pero todavía no
había aliento en ellos. Hubo un ruido, un temblor, los huesos se juntaron, pero
todavía no había vida. Hay mucho ruido en nuestras iglesias —música,
predicación, y medios múltiples. Yo estoy a favor de estas cosas, pero no toman
el lugar del Espíritu Santo.
6.,Ezequiel vio los huesos juntarse para formar un
cuerpo organizado. De la misma manera, nuestras iglesias funcionan como una
máquina bien aceitada. Tenemos declaraciones de visión, declaraciones de
misión, declaraciones de propósito. Pero no importa cuán bien vistamos al
cadáver; éste sigue muerto.
No hubo vida hasta que Ezequiel profetizó al
viento. Entonces llegó el aliento e infundió vida a esos huesos. Cuando el
Espíritu sopló, esa congregación recibió vida y se puso de pie como un poderoso
ejército. Si sucedió para Ezequiel, puede suceder para nuestras iglesias.
Cualquiera que sea la presente condición de nuestras iglesias, Dios quiere
soplar en ellas y derramar su Espíritu. Pero debemos tener el poder, ser
movidos, y ser dirigidos por y depender totalmente del Espíritu.
La preparación del mensajero es lo primero, luego
viene la revelación del mensaje. Cuando estemos espiritualmente preparados,
entonces oiremos a Dios. Lo que la gente necesita no es otro sermón; necesita
oír de Dios.
Ser fieles para declarar el mensaje, a pesar de lo
que vemos ante nosotros
¿Pueden vivir estos huesos? El poder de Dios no
está limitado por nuestras circunstancias. La Palabra de Dios no está atada por
la indiferencia del hombre. La Palabra de Dios es viva y poderosa.
Debemos profetizar. Profetizar quiere decir hablar
por Dios. Debemos proclamar el mensaje con la unción del Espíritu Santo para
que vaya acompañado de la autoridad del Señor.
Recuerde lo que fue dicho de Jesús en los
evangelios. “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los
escribas” (Mateo 7:29). ¿Por qué? Porque los rabís de ese tiempo decían:
“Bueno, el rabí Gamaliel dijo….” Ellos simplemente regurgitaban lo que el rabí
Gamaliel había dicho. Era la palabra de la palabra de alguien que decía haber
oído del Señor.
Esté seguro de que no sólo regurgita lo que otro ha
dicho. Esté seguro de que usted oye palabra del Señor para el pueblo al que
ministra. Necesitamos que Dios hable por medio de nosotros con una fuerza de
“así dice senor”. Pablo no vino con excelencia de palabra ni con sabiduría
cuando declaró el testimonio de Dios. Más bien, vino en debilidad, temor, y
mucho temblor. Su discurso no fue con las palabras persuasivas de la sabiduría
humana, sino en poder y en la demostración del Espíritu.
Debemos ser fieles en declarar el mensaje con el
corazón de Dios. Ezequiel oyó hasta el más mínimo ruido y temblor porque su
corazón era sensible. Debemos ser fieles en declarar el mensaje que Dios nos ha
dado. No podemos hacer concesiones con el mensaje sólo porque tenemos miedo de
ofender a la familia que más diezma. Es necesario que profeticemos como el
Señor lo ordenó.
La transformación por medio del mensaje de la
Palabra de Dios
La Palabra de Dios trae a la gente convicción sobre
su condición
En el Día de Pentecostés Pedro predicó bajo la
unción del Espíritu Santo: “A éste, entregado por el determinado consejo y
anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos,
crucificándole” (Hechos 2:23). Pero para el final de su predicación: “Al oír
esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
Varones hermanos, ¿qué haremos?” (2:37).
hechos 2.,38
La Palabra de Dios santifica
La predicación de la Palabra de Dios santifica la vida
de las personas. juan 17.,17
La Palabra de Dios libera
porque vieron el milagro de Dios en su vida. La
Palabra de Dios trae libertad.
La Palabra de Dios sana
La predicación de la Palabra ungida por el Espíritu
producirá avivimiento. Producirá salvación. Producirá sanidad. Producirá
liberación. “La predicación pentecostal produce la
experiencia pentecostal.” La Palabra de Dios predicada bajo la unción del
Espíritu Santo tranformará vidas. Estos huesos vivirán.
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